sábado, 5 de julio de 2008

Mallrats

De alguna manera es muy cierto aquello de que ser padre de familia te cambia la vida y la forma en la cual ves algunas cosas. Mi hijo está por cumplir 5 meses y hace poco comenzamos a sacarlo un poco más a la calle. Tras mucho pensarlo y, aprehensiones aparte, mi esposa y yo estamos recobrando nuestra rutina de andar como muéganos para todos lados . Ahora incluimos a nuestro retoñín.

Siempre he sido un paranoico de marca, desde siempre me ha gustado optar por la imagen del malo, de la mirada ruda y el gesto adusto... pero en definitiva, cuando traes una pinta así al estar empujando una carreola, una de dos: o creen que te acabas de robar la carreola (con su inquieto contenido), o de plano no te la creen. Y creo que ahora menos, dado que no puedo evitar sentirme orgulloso de mi esposa y de mi bebo y tampoco me es posible evitar poner sonrisa de baboso cuando voy por la calle con ellos.

Ahora bien, eso de andar de paseo por la calle es relativo... al menos en la catastrófica ciudad de México si me da un poco de culo andar así como así con mi familia... igual y eso se debe a que somos habitantes de una ciudad dormitorio y vivimos en los suburbios. Así que en medio de nuestra fresés, nuestro equivalente de andar por la calle con la familia es andar recorriendo los pasillos de las plazas comerciales, mientras observamos los aparadores de los almacenes de prestigio y nos animamos tímidamente a buscar alguna garrita que esté de descuento y que no se vea tan cucha tras un par de lavadas.

Siempre hay algo que llama la atención de un servidor, amén de las cosas obvias que se pueden apoderar furtivamente de un par de miradas indiscretas, la manera en la que la gente viste, la forma en la cual se comportan ante los aparadores de las tiendas, la manera en la cual se comunican entre ellos en una cafetería de franquicia... en fin, siempre me ha parecido que los centros comerciales me indican la forma de reaccionar de la población ante la situación económica por la que pasa el país... quizá sea una mamada de mi parte pero así es.

En cierta forma me siento muy identificado con aquellas jóvenes familias que van con la carreola o con el niño de la mano mientras éstos señalan algo vistoso o que quieren que el padre les compre... vaya, no es que mi bebé de 5 meses ya esté en la edad de pedir cosas, sino que me siento parte de esa sinergia familiar de fin de semana por la tarde. Antes la experimentaba de la mano de mis padres, ahora lo hago del brazo de mi esposa y empujando el carrito donde va mi hijo, devorándolo todo con sus ojos de sorpresa y asombro.

Me siento envuelto en una burbuja de bienestar, sin importar los problemas laborales, las deudas pendientes, las carencias económicas o la quiniela deportiva. Lo único que me importa es recorrer esos pasillos, hacer una pausa ocasional ante algo que le interese a mi amor ya sea para ella, para mí o para nuestro peque. Miro de reojo a mi nene que me sorprende con su mirada limpia e inocente y me regala una amplia sonrisa desdentada y una explosión de luz en sus ojitos. Eso me convierte en el hombre más feliz de esta tierra.

Mi esposa me dice que comienza a tener hambre como para detenernos a concedernos un antojo burguesón y nos metemos a una cafetería a pedir un par de capuccinos helados de sabores y un par de pastelillos... mientras nos sirven nuestra orden, le prepara con velocidad y precisión una mamila a nuestro vástago y le da de mamar su fórmula. Llega la orden y comienzo a consentir a mi esposa, dándole sorbitos de su café y pequeños bocados de pastel. El tiempo parece detenerse y el momento se convierte ya en un clásico automático de nuestros años felices que, dicho sea de paso, espero que sean muchos, si no es que parte de todos los que nos esperan.

Es la levedad de vivir en familia, siendo cabeza de ésta. Es la levedad de vivir en pareja, feliz y pleno. Es la muy soportable levedad del ser que me ha tocado vivir en estos días donde la lluvia se apodera de las calles y de los parques. Y, bajo el cobijo de cielos falsos, paseamos en calzadas de acero, plafones falsos y vidrios en aparador...

Al final, comienza la realidad a golpear, no sólo con la excesiva cuenta que nos representa el pequeño gusto de las bebidas y las golosinas, sino también por las colas enormes para pagar el tiempo de estacionamiento. Lo bueno es efímero... hay que pasar 15 min de tráfico para salir de ése gran almacén de ilusión y vida simulada, mirando a la gente con cara de fastidio porque se acerca el lunes y la jornada propia para ganarse apenas el derecho de volver a las entrañas de esa mesalina tierra de fantasía.

Hasta la próxima. Y sin embargo, el retrato que se guarda en la memoria del momento juntos vale bien la pena.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

WOW..CREEME QUE NOS REFLEJAS ESA FELICIDAD, Y COMO NO HACERLO CON UN BOMBÓN COMO MATEO.
SOY UNA HERMOSA FAMILIA.

TQ. MULIZA!

Anónimo dijo...

WOW..CREEME QUE NOS REFLEJAS ESA FELICIDAD, Y COMO NO HACERLO CON UN BOMBÓN COMO MATEO.
SON UNA HERMOSA FAMILIA.

TQ. MULIZA!

En las fauces de una fiera llamada vida...

La vida es una vieja gorda que juega damas chinas con la muerte, bebe cocteles exóticos y deja que la muerte le meta la mano debajo del vestido. No es lisonjera ni condescendiente, se burla de nosotros y nos rige bajo las leyes de un tal Murphy.

En fin, ésta pretende ser la crónica del deambular de un ente por los rollos de grasa de la gran vieja gorda. A veces con paseos por sus fauces amén de ser masticados como carne corriosa y deglutidos como un bocado suculento... Con tal de no terminar siendo parte de sus flatulencias musicales...

Sean bienvenidos a este bufete, donde todos compartimos lugar en la mesa, sin que necesariamente estemos sentados a disfrutar de él...

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