martes, 28 de octubre de 2008

Phobos y Deimos tomándome la mano.

Creo que si hay algo que nos define bastante bien, son los miedos y las fobias que padecemos. Ambas circunstancias nos pueden afectar de manera gradual en nuestro diario andar por esta vida.


Para homologar términos en este post, consideremos a las fobias como aversiones o repulsiones hacia una cosa, situación o ser (animado o no) en específico. Por otro lado, el miedo es una alteración del ánimo provocado por una circunstancia real o imaginaria. El miedo es una emoción tan primitiva que se ha demostrado que incluso las bacterias y los seres protozoarios también lo padecen. Es una reacción primaria del instinto de conservación. Esto es a grandes rasgos. Si quisieran una visión un poco más clavada al respecto, bien pueden picarle aquí.


El hecho es que me considero una persona con mucho miedo. No es que me la viva asustado todo el tiempo como si fuera Shaggy o Scooby Doo, sino que siempre he tenido esa inclinación estúpida a pensar en automático que algo puede salir mal. Años de desarrollar, sin saberlo conscientemente, una personalidad aprensiva han dado como resultado muchas de las grandes cagadas que he cometido en mi vida. Eso y el desarrollo de una egolatría mal dirigida, con tendencias a sentirme el centro del universo. Para bien o para mal. De hecho, una de mis frases más recurrentes es: "Seguro esto pasa como resultado de la interacción de alguna deidad resentida conmigo". Como diría Mulizza, mi compañera de trabajo: "¡Ezzzo qué!".


Creo que el principal miedo que me cargo es el enfrentarme al rechazo. En segundo lugar, como consecuencia del primero, enfrentarme al conflicto. Odio los enfrentamientos y las competencias por no soportar la idea de obtener un resultado poco favorable hacia mí. Lo más curioso del asunto es que tal actitud me parece programarme para que así sucedan las cosas.


Es patético.


A lo largo del tiempo he logrado que la opinión ajena me venga valiendo una absoluta madre, pero siempre, a final de cuentas, es la percepción propia la que busco que no quede dañada. Y la que a veces más se deteriora. Y todo por el temor, el miedo, el "frik"... A veces creo que ese miedo viene de querer evitar pasar por una experiencia non grata para uno mismo. Ya sea hacer un sacrificio en pos de un beneficio mayor, ya sea limitarse para poder ahorrar para poder tener un fin de semana en la playa, o bien simplemente evitar que nuestra aprensiva personalidad nos haga talco la psique mediante sueños estresantes porque lo que ganamos no es suficiente para cubrir nuestros excesos con la tarjeta de crédito... entre otras cosas...

Algo que siempre he hecho es pensar demasiado las cosas. Malo. Malo porque a veces la pienso tanto que la oportunidad se pasa y ya no puedo aprovecharla. Malo porque tengo una pendeja tendencia a pensar siempre lo peor y en automático me entra el culo de hacer las cosas y me doy por vencido. Malo, muy malo.

Ese mismo temor y miedo a veces me hace subestimar aquello que soy capaz de hacer y cominzo a delegar cosas en los demás. Malo. Malo porque entonces a los demás les importa menos que a mi hacer lo que les he delegado y de plano no lo hacen. Lo cual me permite desplazar la culpa y la responsabilidad hacia otros de porqué no se hacen las cosas. Malo. Malo porque siempre me las he dado de ser muy independiente y aveces parece que no. Ahí es cuando duele darse cuenta de la dura realidad y es cuando viene el miedo de mirarse realmente en el espejo y vernos con nuestros defectos tal cuales son. He de confesar que no siempre es una imagen que puedo soportar mirar por mucho tiempo.

Una de las cosas que más me aterran en la vida es conducir. Todos los día hago mínimo hora y media de camino de mi casa al trabajo. Y por añadidura, tomo un pedazo de carretera para llegar a casa. No me gusta la velocidad. Me impone mucho. Además de que me pone muy nervioso ver cómo lña gente pierde la cordura y las buenas costumbres al momento de situarse detrás de un volante. Todo mundo cree que tiene el derecho de pasar por encima de los demás. Los camioneros, los choferes de transporte público y, en general, los conductores de vehículos grandes tienen poco o nulo respeto por el resto de los conductores. Temo mucho tener un accidente gracias a la necedad o a la falta de consideración de alguno de ellos. Algunos otros conductores, por el hecho de conducir un automóvil caro, creen que pueden cometer la cantidad de tropelías viales que se les ocurra por el simple hecho de poder pagar un vehículo más lujoso. La soberbia y la falta de humanidad se apodera de las carreteras y eso me estresa. Me llena de temor, me mortifica mucho. Quizá, y no niego que sea lo que pasa en realidad, mi percepción de las cosas está ya tan sesgada, que pienso que el resto de los automovilistas me tiene como su blanco principal de destrucción dirigida. Nuevamente agradezco tal percepción a mi personalidad aprensiva.

Lo mismo aplica cuando inicio un nuevo proyecto, pienso en todos los desastres posibles que me impedirán llegar avante y limpio hasta la final consecución de mis objetivos. Por lo mismo comienzo a generar una desidia que me impide comenzar a realizar las gestiones necesarias para llevar a cabo tales objetivos.

Finalmente, creoq ue hay dos miedos que me aquejan con este tipo de actitudes: el miedo al éxito, dado que con este tipo de conductas derrotistas, el primero en ponerme la zancadilla soy yo mismo. El miedo a la mediocridad, que en su manifestación más diabólica me arrastra precisamente hacia donde no quiero dirigirme.

En fin.... A final de cuentas todo se reduce a una falta de disciplina mental y ejecutiva en mis acciones y pensamientos. Y al respecto a eso ya había posteado algo anteriormente. La cuestión es que estos miedos no me permiten enfocarme y encontrar el estado de flujo necesario para que pueda disfrutar de lo que hago cotidianamente.

A eso yo le llamo vivir en un estado de terror constante.

Chale conmigo.


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En las fauces de una fiera llamada vida...

La vida es una vieja gorda que juega damas chinas con la muerte, bebe cocteles exóticos y deja que la muerte le meta la mano debajo del vestido. No es lisonjera ni condescendiente, se burla de nosotros y nos rige bajo las leyes de un tal Murphy.

En fin, ésta pretende ser la crónica del deambular de un ente por los rollos de grasa de la gran vieja gorda. A veces con paseos por sus fauces amén de ser masticados como carne corriosa y deglutidos como un bocado suculento... Con tal de no terminar siendo parte de sus flatulencias musicales...

Sean bienvenidos a este bufete, donde todos compartimos lugar en la mesa, sin que necesariamente estemos sentados a disfrutar de él...

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