jueves, 1 de julio de 2010

REQUIEM

Definitivamente me parece poco afortunado que a casi seis meses de fallecido mi abuelo, haya empezado a extrañarlo. No es que, en este tiempo que ha pasado, me haya rehusado a aceptar su muerte (cómo no hacerlo si yo estuve ahí cuando se fue), sino que en estos días en los que por fin me animé a limpiar la habitación donde él pasara sus últimos años, me he encontrado un sinnúmero de recuerdos donde habita principalmente su sonrisa. Su mirada de orgullo cuando me veía al llegar a casa. No es un secreto en la familia que siempre fui el consentido de mi abuelo, quizá por haber sido el primer nieto, quizá porque fui al que le tocó convivir más tiempo con él.

Le recuerdo con mucho cariño, le recuerdo diciéndome su frase preferida cuando trataba de darme una lección de vida: "enséñese mi'jo... vivillo desde chiquillo"... Siempre trataba de enseñarme el valor del dinero. No de forma ambiciosa, sino para que yo supiera cuánto hay que sobarse el lomo para obtenerlo y para que valorara lo mucho o lo poco que tuviera.

Mi abuelo fue mi primer modelo de fuerza física, recuerdo cómo me presumía orgulloso sus bíceps de piedra y su compacta musculatura. Mi abuelo siempre fue un hombre compacto (1.60 m de estatura) con una fortaleza de hierro.

Siempre tenía una revista o una historieta a la mano: en ocasiones traía consigo pequeños pulps de vaqueros, o su "Libro Rojo", "Libro vaquero", "Libro Policiaco" o alguna "Novelas inmortales" o un "Sensacional de Terror"... Así que me heredó el gusto por las historietas y las historias truculentas.

Siempre recordaré su habilidad para poder hacer operaciones aritméticas, medianamente difíciles, sin hacer anotación alguna. He de confesar que desarrollé una habilidad similar sólamente para sentirme identificado con él.

Sin saberlo, fue mi maestro de caló: la mayor parte de las frases coloquiales que utilizo se las debo a sus enseñanzas informales.

Vaya... sigo recordando su sonrisa... creo que si algo distinguió a mi abuelo fue su calidez. Al menos así me gusta recordarlo. Nunca conocí a alguien a quien no le simpatizara. Bueno, a excepción de mi abuela que parecía tener una actitud de perpetuo reclamo hacia él. Pero ésa es otra historia, una muy propia de ellos.

El padre de mi abuelo fue un español que llegó a México huyendo de la Guerra Civil Española. Como todo buen extranjero en México, hizo fortuna a costa del malinchismo que aún impera en este país. Además, el bisabuelo era una especie de Pedro Páramo, en el orden de que algunos habitantes de Pachuca comparten su origen con mi abuelo aún sin saberlo. Su madre, si mal no recuerdo, una india de la huasteca hidalguense, una mujer cristiana bautista con férreo carácter, mala cara y cabrona (todo ello dicho con mucho respeto). Mi abuelo siempre adoró y procuró a su madre. Una anécdota que me han contado es que la bisabuela no dejaba entrar a nadie a su casa si no era previamente invitado. De lo contrario, los advenedizos eran recibidos y atendidos en la puerta.

Honestamente, no sé cómo estuvieron las cosas, pero supongo que tras algunos pleitos intestinos en el seno de su familia, mi abuelo los mandó a la chingada, con respecto a depender económicamente de la cada vez menor fortuna de su padre (misma que se le iban al bisabuelo en viejas y en apuestas) y se puso a trabajar en las minas. Tras una historia particular, digna de ser representada por Dolores del Río y Pedro Armendáriz y dirigida por Emilio “el Indio” Fernández, mi abuelo conoció a mi abuela y se la llevó a su casa. Desde ahí selló su destino: mi abuela se quedó con él hasta el día en que murió.

Mi abuelo trabajó en las minas, como ya lo he mencionado, luego trabajó en autotransportes, y finalmente en la línea de Autobuses Flecha Roja. Gran parte de su vida se la pasó en la carretera, viviendo un sinnúmero de aventuras.

En las semanas previas a su muerte, le daba por platicarme sus vivencias, por respeto a su memoria y a los ojos sensibles de quien pueda leer esto, he de decir que el señor se la pasó muy bien en su paso por esta vida. Muy bien hasta que la vida misma le comenzó a cobrar facturas. Sin embargo, un coágulo cerca del cerebro a causa de un golpe en la cabeza, dos infartos, la sustitución de sus arterias por unas de plástico, un derrame cerebral y la profunda tristeza de verse cada día más viejo no pudieron con él en sus 85 años. Finalmente, fue la suma de todo eso lo que le llevó a su desenlace.

Pero el viejo se fue bien. Se fue tranquilo, si no feliz. Se fue llevandóse a cuestas el amor de una familia que lo ama y lo admira.

Los últimos 10 años de su vida fueron decisivos para él: quizá se pudo haber ido antes, pero se aferró a la vida por el amor a su familia: Era un fanático del beisbol y del box. Cuando chico, me sentaba a su lado a ver los juegos de beis y él me iba explicando lo que sucedía en la pantalla del televisor. Mi niñez estaría incompleta sin rememorar las noches sabatinas de box en la televisión. Más recientemente recuerdo que cuando ponía mis discos de jazz, el abuelo se venía a sentar a mi lado con una gran sonrisa y me decía que a él también le gustaba la música de negros. Se quedaba unas cuantas melodías y después se marchaba, antes de que la abuela viniera a buscarlo y a llevárselo para darle de comer o para ver el noticiero. Tuve la fortuna de que fuera testigo de mi boda y de que conociera a mi esposa e hijo. Estaba orgulloso de que mi bebo llevara su nombre (Yo también lo llevo con orgullo). No fueron pocas las ocasiones en que los ví jugar: mi bebo con su año y pico y el bisabuelo que lo miraba con tal amor que no podía evitar llorar de felicidad mientras interactuaba con él. Cada vez que mi hijo le daba las buenas noches y le tocaba las arrugas de su cara para darle su beso, el abuelo soltaba unas lágrimas de alegría que provocaban nudos en la garganta de tanta emoción.

Aún se le extraña mucho por acá. Cada vez que se le recuerda, invariablemente mi madre termina soltando una lágrima. De alguna forma, yo me siento tremendamente tranquilo al respecto.

Yo creo que en verdad ya estaba cansado. Casi todos sus hermanos y sus amigos ya se le habían adelantado. Cada llamada o visita a Pachuca le significaba saber de una partida más, y eso le daba mucha tristeza.

También estoy seguro de que mi abuelo decidió reunirse con sus seres queridos antes de que comenzara a deteriorarse su calidad de vida debido a los padecimientos propios de su edad e historial clínico. Yo estuve con él en sus últimos momentos y sé que se fue en paz: Me encargué de que se fuera sabiendo que lo amamos, le agardecí que fuera mi abuelo y todo lo que me enseñó.

Últimamente le he echado mucho de menos. Lo curioso es que ha sido hasta ahora. Sin embargo no me inquieta extrañarlo. Siempre fui de la idea de comportarme bien con los abuelos para no arrastrar remordimientos cuando no estuvieran aquí. Me funcionó con mi abuelo paterno. Y también ahora con el abuelo materno.

Hay tantas cosas que quisiera escribir al respecto de mi abuelo, sin embargo creo que basta con mencionar que fue una persona muy importante en mi formación personal.

Gracias abuelo por haber estado con nosotros.

Descansa en paz.

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En las fauces de una fiera llamada vida...

La vida es una vieja gorda que juega damas chinas con la muerte, bebe cocteles exóticos y deja que la muerte le meta la mano debajo del vestido. No es lisonjera ni condescendiente, se burla de nosotros y nos rige bajo las leyes de un tal Murphy.

En fin, ésta pretende ser la crónica del deambular de un ente por los rollos de grasa de la gran vieja gorda. A veces con paseos por sus fauces amén de ser masticados como carne corriosa y deglutidos como un bocado suculento... Con tal de no terminar siendo parte de sus flatulencias musicales...

Sean bienvenidos a este bufete, donde todos compartimos lugar en la mesa, sin que necesariamente estemos sentados a disfrutar de él...

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