De alguna manera, las relaciones familiares que vive uno hacia el interior de su familia de origen se reflejan marcadamente en la conducta que tengamos de adultos. Imaginen a una mujercita que fue educada en la segunda mitad del siglo pasado, siendo la única mujer en una familia llena de hombres, y cuya educación primordial se basó en la práctica del machismo, donde su principal función es la de ser la servidumbre de los hombrecitos que rotan a su alrededor. Obvio es es que esta mujercita va a crecer con el rollo de la mansedumbre de género ante el sexo opuesto. Máxime si esa misma mansedumbre es fomentada por la madre.
En México, cabe aclarar que las generadoras de machos son las mujeres, dado que fomentan y permiten ese tipo de conductas, estén conscientes de ello o no. Muchos de los estereotipos formativos en México se basan en el matriarcado que sustenta al machismo. En realidad, los machistas lo único que buscan es la mansedumbre trasladada de la figura de la madre y las hermanas a la de la pareja. Por eso tantas mujercitas, por muy emanciapadas que se digan ser, con sólo un gesto adusto y un comportamiento cortante y castrense, dejan de lado su orgullo y se someten. Lo peor de todo es que comienzan a crearse fantasías de cosas que no existen, como resultado lógico de esa misma educación de sometimiento y fuga espiritual. Se refugian en la religión (o andan de cagasantos o andan de pitonisas de nuevas verdades), en la venta de productos por catálogo, o buscan almas necesitadas con las cuales puedan repetir su patrón de conducta. ¿Cuál patrón? El del sometimiento implícito.
Hacia la parte final de la obra de Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras, al personaje principal se le presenta la posibilidad de indpendizarse y hacer su labor del lado de los civiles, sin recibir órdenes de sus superiores, a lo que contesta más o menos así: "Todo lo que hago, lo hago porque se me es ordenado, porque soy militar... y no puedo concebir mi vida sin recibir órdenes". Lo mismo pasa con aquella mujercita que fue educada en una cepa machista. Quizá se rebele en sus siguientes etapas, quizá sea muy independiente, pero siempre ha de buscar el yugo masculino que le sirva de pretexto, y de freno para la realización plena de su existencia. Siempre habrá el pretexto de dejar de hacer en bien propio por hacer para los demás.
Quizá la cadena haya comenzado por la madre de la mujercita (¿quién si no, para dar el ejemplo del sentido de la servidumbre hacia los hermanos, primos y demás parientes?), después reafirmado por la conducta machista y gandalla de alguno o algunos de los hermanos... hasta llegar a la pareja que escoja... alguien que de alguna manera va a terminar sometiéndola, y en caso de que la mujercita no se deje, abandonándola... dejando como dura lección de vida que si no te sometes, eres desechada.
No importa... en una sociedad como la mexicana ese tipo de situaciones no importan, por ello Dios les dió creatividad para mantener las apariencias. Se pueden criar hijos sin la necesidad de la presencia paterna, el abandono por parte del padre es universal en la historia del hombre. Que sea el hombre libre y que haga lo que se le dé la gana que para educar y nutrir a los hijos está la madre. Esto deriva en la existencia de familias cuya cabeza es virtual, dado que no se le da el reconocimiento a la madre que siempre se la rifa, sino al padre intermitente que no le queda de otra que poner siempre la cara más amistosa y más afable, para no echar a perder sus pocas representaciones. A pesar de generar en apariencia hijos felices, este modelo de familia hereda ciertos valores torcidos hacia los miembros de la misma. Obvio es que los varones de la misma siempre recibirán un tratamiento más favorable (en México existe la pendejísima creencia de que siempre es mejor tener niño que niña, quesque porque las niñas sufren más), y lo peor de todo es que a las chicas se len enseña que pisotearlas es la forma más común de demostrarles interés y cariño.
Y así es que estamos rodeados de mujeres a las cuales se les puede ofender, pisotear, ningunear, manipular y , en una palabra, chingar, sin que éstas digan nada más que un "te quiero" por respuesta. Son mujercitas a las que hacen creer que el amor son palabras y no acciones. Son mujercitas a las que se les puede pasar por encima (sobretodo, hablo de su propia familia) y no dicen para nada, ni esta boca es mía. Son mujeres-objeto que se mueren y se nulifican al momento mismo de convertirse en esposas o en madres. Y repiten el ciclo de la enseñanza de los valores que les enseñaron en casa: la mujer no vale y el hombre lo merece todo. La neta... esta forma de pensar me parece que es una reverenda pendejada. Y lo peor de todo es que cuesta un madral de trabajo quitarla de la programación de las mujercitas.
Este ambiente, así como genera mujeres-objeto, también genera hombres-niños que jamás se salen de la falda de la madre que todo les proveé y todo les prodiga. Son machitos a los que siempre se les ha festejado su estupidez y, yo creo que sin querer, se les fomenta que sigan creciendo en estupidez y pendejismo. Son seres apáticos incapaces de hacer nada por sí mismos a no ser que alguien los esté chicoteando o que les esté enseñando la zanahoria, como a caballos lecheros, para que avancen. La cagan y se lo festejan. Y nuevamente, las madrecitas, oh santas reinas de la fantasía y la ilusión, les hacen creer que todo se lo merecen y los embeben de facultades maravillosas que, al final, todo mundo termina creyendo que son ciertas. Cosa muy distinta a reafirmar la autoestima de las personas con respecto a sus logros y alcances.
Lamentablemente lo anterior es un fenómeno que se da mucho en lo más entrañable de nuestras familias mexicanas, y no sólo en ellas, sino que es una problemática general. En México nos pega mucho, porque estamos plagados de personas así, lamentablemente este fenómeno se traspola a otros ámbitos y se traduce en nepotismo, compadrazgo y en alianzas por mera simpatía o intereses creados. Vaya, no creo que haga falta mencionar que esto desemboca finalmente en corrupción.
No es que pretenda ver moros con tranchetes, pero esta conciencia es muy difundida por personas y afecta a instituciones. Y si mis conocimientos sobre ciencias sociales no me fallan, son las instituciones las que dan sostén a la sociedad como sistema.
Honestamente es muy triste ver cómo una ranfla de pendejos pasa por encima de gente capacitada, vemos a mujeres profesionistas con carreras y posgrados de viles recepcionistas mientras sus jefes, por pertenecer a cierta condición social, religiosa o de género, las usan de apagafuegos de sus propias estupideces.
Por otro lado, tenemos a mujeres que arrastran el rencor de lo que viven en su familia y lo proyectan ante sus subalternos, sólo para llegar a sus casas y repetir el patrón de sometimiento ante sus esposos o incluso ante sus hijos.
Como padre de familia y cabeza actual de mi propia familia, este tipo de situaciones me importan porque son parte de la dinámica que vivo día con día. Así como yo, las personas que estamos forjando nuevas familias, creo que tenemos el compromiso con nosotros mismos, con nuestras parejas, con nuestros hijos y con nuestra sociedad en general de generar familias sanas sin tanta basura ideosincrática de machismos, nepotismos, ausentismos y cosas así. No podemos heredar basura, así como en algunas situaciones nos pudieron haber heredado basura a nosotros. Incluso aunque lo hayan hecho, debemos procurar dejar un mejor legado a nuestros hijos.
Sea como sea, el ser padre de familia cambia y en mucho la manera en la cual se ve el mundo.
Vaya y sea pues...